Artículo de Revista Global 92

LIBROS

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El apóstol y el héroe
Mario Rivadulla
Editorial Funglode
Santo Domingo
2020
165 páginas
Prólogo: José Rafael Lantigua

 

Martí y El vínculo dominicano. Preludio a dos biografías ilustres

En la calle Las Mercedes de Santo Domingo colonial se puede ver un viejo caserón con una placa de caracteres poco legibles en el portal, donde se recuerda que allí, en lo que fue un hotel probablemente en el último tramo del siglo diecinueve, se hospedó, en su paso por la capital dominicana, José Martí. El apóstol cubano realizó tres viajes a Santo Domingo, no sabemos pues si siempre se alojó en esa estancia o fue tan solo una vez.

Este detalle, que con toda seguridad pasa desapercibido para la mayoría de los residentes en la Ciudad Primada, y me temo que para los que cruzan a diario frente a esa casona, me conduce a resaltar la importancia que dio siempre Martí a la República Dominicana en sus planes independentistas, su vínculo no solo con un grupo de la intelectualidad criolla sino también con temas y vivencias de la vida nacional, y el interés que puso en conocer la geografía del país recorriendo a caballo muchas de las comarcas de entonces. El apóstol no solo buscó aquí al guerrero que necesitaba para impulsar la guerra cubana contra el dominio español, sino que se internó en nuestra realidad, forjó amistades, levantó la tolvanera cabalgando por los rústicos caminos de la época y creó, en fin, una ligadura casi sublime con la dominicanidad.

Cuando releo uno de mis libros favoritos, el Diario de Martí, compruebo cada vez la importancia que el adalid cubano otorgó a la tierra donde se inició el proceso de la independencia de su patria mucho antes de que se firmase el Manifiesto de Montecristi en 1895, pues todo el trajinar martiano por el país dominicano —que llevaba ya una cincuentena de años siendo teóricamente independiente— estaba consustanciado con el ideal de liberación de Cuba. “Para Martí —dice Guillermo Cabrera Infante— Cuba debió ser una isla flotante, porque el Diario comienza en Montecristi, y es en tierra dominicana que Martí produce una de las frases más bellas de la literatura española de los dos últimos siglos”. Se refiere Cabrera Infante a una frase del lenguaje coloquial cubano, “Lola, jolongo, llorando en el balcón. Nos embarcamos”, que Martí escribe cuando inicia su tránsito de República Dominicana a Cuba para trazar su definitivo destino. “Una muestra del arte del escritor formado en tierra extraña y que va de vuelta a su país con el afán exotista de los románticos hecho realidad inmediata. La súbita presencia antillana, tan próxima a Cuba y un nombre de mujer casi mítico, memorable, lo hacen anotar veloz y voluptuoso” la frase en cuestión, en el decir del autor de Tres tristes tigres.

El lazo histórico cubano-dominicano lo teje Martí, aunque ya existiesen manifestaciones contundentes de esa vinculación siempre fértil. No olvidemos la ascendencia dominicana del poeta nacional cubano José María Heredia, cuya historia ha sido brillantemente contada por Leonardo Padura en La novela de mi vida. Martí mismo advierte que de Heredia parte el lazo que une a Cuba con República Dominicana. Hacia 1878, Martí escribe, aún fuese de pasada, sobre poetas dominicanos en un artículo titulado “Poesía dramática antillana”. Su amigo, José Joaquín Pérez lo estimula a escribir un artículo sobre “Maestros ambulantes”. Hace objeto de su atención la vida de Francisco Gregorio Billini en una memorable semblanza de esta gran personalidad dominicana. Le escribe a Galván sobre su novela Enriquillo. Emite su opinión en el diario La Nación de Buenos Aires sobre la política dominicana en 1885. Insiste en sus escritos en diversos diarios y revistas sobre la vida política y literaria de Santo Domingo. Su Diario se inicia haciendo mención de su visita a Santiago de los Caballeros. “Las seis y media de la mañana serían cuando salimos de Montecristi el General (se refiere a Máximo Gómez), Collazo y yo, a caballo para Santiago: Santiago de los Caballeros, la ciudad vieja de 1507”. Con esta nota da comienzo su famoso Diario. Más adelante escribe: “La frase aquí es añeja, pintoresca, concisa, sentenciosa: y como filosofía natural”. El habla cibaeña, que todavía hoy tiene un acento peculiar en Santiago, impacta sus sentidos. Y al relatar sus impresiones sobre esa “filosofía natural” del cibaeño santiaguero, ha de anotar: “Una frase explica la arrogancia innecesaria y cruda del país” (Martí reseña cómo se ofendía entonces el hombre del Cibao si amigos y parientes le daban regalos). “Dar, es de hombre; y recibir, no. Se niegan, por fiereza, al placer de agradecer”. Y entonces remacha: “Pero en el resto de la frase está la sabiduría del campesino: ‘Y si no me traen, tengo que matar las gallinitas que le empiezo a criar a mi mujer’”. Martí entonces describe al campesino cibaeño: “El que habla es bello mozo, de pierna larga y suelta, y pies descalzos, con el machete siempre en puño, y al cinto el buen cuchillo, y en el rostro terroso y febril los ojos sanos y angustiados. Es Arturo, que se acaba de casar, y la mujer salió a tener el hijo donde su gente de Santiago”.

Por ese camino sigue Martí relatando su experiencia con los dominicanismos y la sabiduría de nuestros campesinos, anotando las frases que provocan su atención, tantas como para iniciar su Diario con este recuento, que algo de examen social comporta: “¿Por qué si mi mujer tiene un muchacho dicen que mi mujer parió, y si la mujer de Jiménez tiene el suyo dicen que ha dado a luz?”. Habla nuevamente de Arturo. Y sigue recogiendo frases, que reporta con la belleza inimitable de su prosa: “A la moza que pasa, desgoznada la cintura, poco al seno el talle, atado en nudo flojo el pañuelo amarillo, y con la flor de Campeche al pelo negro: ‘Qué buena está esa pailita de freír para mis chicharrones’. A una señorona de campo, de sortija en el guante, y
pendientes y sombrilla, en gran caballo moro, que en malhora casó a la hija con un musié de letras inútiles, un orador castelaruno y poeta zorrillesco…el marido, de sombrero de manaca y zapatos de cuero, le dice, teniéndole al estribo: ‘Lo que te dije, y tú no me quisiste oír: cada peje en su agua’.” Y mientras toman agua del río Yaque en casa de Eusebio, Martí oye al general Gómez decir esta expresión que inmediatamente anota: “El caballo se baña en su propio sudor”. Frase que el cubano descifra como “toda una teoría del esfuerzo humano, y de la salud y necesidad de él”.

Ese es el Martí dominicano. El que visita Dajabón, el Santo Cerro, La Vega (donde se detiene a saludar a su amigo Federico García Godoy), el que en sus viajes a Santo Domingo se congrega en la casa de Federico Henríquez y Carvajal para conversar de política y de literatura, junto a otros amigos dominicanos. Y obviamente se hospeda en el hotel de la calle Las Mercedes que todavía recuerda una vieja placa. El que recorre la Ciudad Primada, visita la Catedral, es agasajado por sus amigos y sale luego a Barahona, para internarse luego en las tierras haitianas. El que escribe —y tal vez poco se recuerde— sobre Duarte. El que firma con Gómez el 25 de marzo de 1895 el Manifiesto de Montecristi y deja en manos al mismo tiempo de Federico Henríquez y Carvajal su testamento político.

Cinco días después de la firma del manifiesto que pone hora y destino a la independencia cubana, el 1 de abril en la madrugada, Martí embarca hacia Cuba junto al general Gómez, Paquito Borrero, Ángel Guerra, César Salas y Marcos del Rosario (“Lola, jolongo, llorando en el balcón. Nos embarcamos”). Mes y medio más tarde, en Dos Ríos, cae Martí herido de muerte. Cuenta Cabrera Infante su versión: “La tropa del general Gómez, importante contingente, cruzó disparos con una minúscula columna española en Dos Ríos. El general Gómez dio el alto y recomendó a Martí (más bien le ordenó según el dominante carácter del dominicano) que se pusiera detrás suyo, como para protegerlo con su magro cuerpo, al tiempo que designaba al custodio de Martí (extrañamente llamado Ángel de la Guardia) para que no perdiera de vista al Presidente. Martí sin embargo convidó a su custodia para seguir adelante, es decir para avanzar hacia el enemigo. En ese momento el caballo de Martí arrancó rumbo a la columna española. Ángel de la Guardia no pudo hacer más que seguirlo al galope para ver a Martí recibir un tiro en el cuello, perder el equilibrio y caer del caballo”.

A partir de entonces, la epopeya la concluyó el general Máximo Gómez. El vínculo domínico-cubano quedaba sellado para siempre. En estos tiempos de fusiones imposibles, tal vez la única fusión dable y digerible sea la de las tres Antillas. Lo dijo Gómez y nadie lo recuerda: “Sueño con una ley que, con muy insignificantes restricciones, declarase (y lo mismo con Puerto Rico cuando fuese libre) que el dominicano fuese cubano en Cuba y viceversa”. Lo dijo en Cuba, en 1896, y luego en Santo Domingo en 1902 remarcó la frase con esta otra: “Cuanto hice en Cuba, como humilde y devoto soldado de la libertad, lo hice a nombre del pueblo dominicano, cuyas miradas estaban fijas en mí”. Alas de un mismo pájaro somos pues, cubanos y dominicanos.

Las semblanzas de Martí y Gómez que publica don Mario Rivadulla se construyen sobre ese tejido humano, ético, patriótico y político que dio origen a la independencia cubana bajo las ideas y el apostolado de José Martí, y con la estrategia y la fiereza en el campo de batalla de Máximo Gómez.

“Sin la decisiva presencia dominicana en las primeras y bisoñas filas rebeldes, es probable que la Guerra de los Diez Años hubiese abortado en sus mismos comienzos”, en la afirmación de Rivadulla. La descripción de la lucha de Gómez en Cuba por su liberación que hace el autor revela la seguridad en el triunfo del ideal martiano y la fortaleza que inspiraba a los soldados de Gómez en batallas casi siempre desiguales frente a los invasores españoles. El “guerrero invencible” se enfrentaba a fuerzas superiores en armas y en número de soldados y, sin embargo, el jefe mambí las supera hasta lograr la independencia cubana. Gómez es también otras muchas cualidades. A la de hombre de armas, se unen sus virtudes de honestidad y templanza frente a las adversidades. “Sencillo y genial, autoritario y tolerante, duro y compasivo, áspero y tierno, pensamiento y acción, pluma y espada”. Detrás del hombre, el héroe. Rivadulla encauza su narración de la epopeya con sentido de historia y de leyenda.

Y, entonces, el apóstol. El ideal desde las letras que maneja con elegancia y belleza, y desde la lucha permanente para que su ideal se manifieste en resultados tangibles. Viajando por el mundo, es en Nueva York donde conoce a Gómez y a Maceo que han de ser los “conductores militares” del plan independentista elaborado por Martí. El pensamiento vivo está en sus alforjas, basta ahora solo buscar quien sepa empuñar las armas y dirigir las tropas con la capacidad requerida para los duros combates previstos. Como en Cayo Confites, muchas décadas después, en la lucha contra la dictadura de Rafael L. Trujillo, “las autoridades norteamericanas se incautan de los tres barcos que componen la expedición y buena parte de las armas y municiones”. Una confidencia aborta el proyecto de La Fernandina, nos recuerda Rivadulla. Una traición en el ejército cubano, o varias, frustran la expedición de Cayo Confites hacia el Santo Domingo de 1947. Y como la historia tiene coincidencias extrañas, como en el Santo Domingo de 1844, al frustrarse planes y encomiendas, y antes la necesidad de no dilatar por más tiempo el grito de independencia, Martí pone en manos de Gómez “la decisión de fijar fecha para el levantamiento”. Patria y deber. Ara y no pedestal. El ideal antillano está en camino. Un culto legionario de la palabra, “al amparo de Santo Domingo” como el mismo apóstol afirmara, se decreta la guerra final por la libertad de Cuba. “Hagamos por sobre la mar, a sangre y cariño, lo que por el fondo de la mar hace la cordillera de fuego andino”. A los 42 años concluyó Martí su apostolado. El gran incendio ya caminaba sobre los espacios de la cubanía rebelde. Dos Ríos fue el símbolo y la fortuna. El apóstol —lo dice Gómez— tiene el privilegio de completar en el campo de batalla las ideas surgidas en las tribunas.

Mario Rivadulla escribe dos semblanzas que son un compendio de las batallas vivas de estos dos grandes hombres. Juntos en el ideal y en la manigua. Juntos en el deseo de libertad y en la honradez. Y en el centro, dos patrias, o tal vez una sola: Cuba y República Dominicana. “Esto es aquello y va con aquello”. Esta publicación se convierte pues en un homenaje no solo a Martí y Gómez, sino en ellos, a estas dos patrias que consagraron con estos dos grandes hombres el ideal antillano que debiera ser hoy y siempre motivo y cauce para la unidad en el ideal libertario. Un homenaje que llega desde la pluma precisa, formal y de hermosos matices de un cubano que arribó a Santo Domingo hace cerca de medio siglo y aquí plantó raíces, terminando por ser un dominicano más, con un amplio sentido de contribución efectiva al desarrollo de las ideas en nuestro país, bajo el signo de la libertad y desde la fragua de la honestidad y el trabajo. “Esto es aquello y va con aquello”.

Nota. Este texto es el prólogo del libro El apóstol y el héroe.

 

A 25 años del Salto Social. Memorias del gobierno de Ernesto Samper Pizano
Samper Pizano, Ernesto y otros
Editorial Funglode, Vivamos Humanos y Corporación Escenarios
Santo Domingo, 2019
292 páginas

Este libro testimonia los logros de un Gobierno que, en medio de turbulencias políticas, llevó a cabo en Colombia un ambicioso y estructurado programa social de inclusión y equidad. La recopilación de hechos y cifras permite documentar esos logros. Consta de un prólogo escrito por el expresidente Ernesto Samper y trece ensayos sobre diferentes aspectos de su gestión en el cuatrienio 1994-1998. La mayoría de los ensayos son de la autoría de hombres y mujeres que ejercieron funciones principales durante su Gobierno: Juan Carlos Esguerra Portocarrero, Almabeatriz Rengifo, Horacio Serpa Uribe, Juan Gustavo Cobo Borda, Blanca Lucía Echeverry, Juan Carlos Ramírez Jaramillo, Antonio Hernández Gamarra, José Antonio Ocampo, Luis Bernardo Flórez y Gabriel Misas, Yolanda Pinto, Otoniel Fernández, Francisco Daza, Edgar Alfonso González Salas, Mauricio Jaramillo Jassir y Eduardo Verano de la Rosa.

 

El discurso temático en la producción fílmica dominicana
Lora R., Félix Manuel
Editorial Funglode
Santo Domingo, 2019
197 páginas
Prólogo: Alfonso Quiñonez

 

El autor revisa la producción fílmica dominicana del período que va desde el año 1963 al 2018, buscando identificar y razonar su tendencia discursiva. Mira los diversos componentes, como el espacio en que se desarrolla la acción dramática, los personajes y sus conflictos, y reflexiona sobre algunos aspectos importantes. Abarca desde el drama histórico, la moraleja cristiana, lo mítico y fantasmal, el romance, hasta la música urbana y más recientemente el tema de la inclusión social. La obra es una gestión de Funglode junto a la Asociación Dominicana de Prensa y Crítica Cinematográfica (ADOPRESCI).

 

Do mayor
Suazo, Ángela
Santo Domingo, 2020
104 páginas

 

El año 2020 estuvo marcado por un dolor e incertidumbre que las generaciones actuales no habían vivido. Sin embargo, algunos en ese escenario florecieron. Tal es el caso de Ángela Suazo, quien decide sacar a la luz un libro de poemas inspirados en canciones. Karlina Veras, escritora dominicana radicada en Londres, dice sobre él: “Con unos versos sumergidos en magia, Ángela Suazo nos transporta a un mundo de contradicciones en el que el amor, y la falta del mismo, tienen su espacio en el alma del ser humano. Inspirada en canciones, Ángela nos cuenta historias envueltas en poesía en que la cotidianidad se viste de un romance sincero honesto, sonoro. Es una invitación a indagar dentro del recuerdo, la música y el verso como nunca antes visto. Para aquellos que anhelan flotar en los suspiros de unos gemidos que nunca fueron, este libro es para ustedes”.

 

Siempre mis aguas tendrán rumores
Ureña, Salomé
Editora Nacional
Santo Domingo, 2020
255 páginas

 

La escritora y educadora Salomé Ureña (1850-1897) es una figura emblemática de la literatura dominicana. Un verso extraído de su célebre poema “La llegada del invierno” da título a esta nueva edición de sus poemas, que contiene también el largo poema épico “Anacaona”.

Un estudio introductorio realizado por la narradora y ensayista colombiana Consuelo Triviño inscribe a la autora “dentro de la tradición de ilustradas americanas que incursionan en la vida pública” y contextualiza una obra poética que, al decir de Triviño, subraya los hitos históricos de la nación.

Esta edición de la Editora Nacional incluye el verdadero retrato de la autora, sin retoques, y una breve dedicatoria de su puño y letra encontrada en el ejemplar de la primera edición que se conserva en la Biblioteca Nacional.